La conexión vasca con Isabel la Católica
El mecenas para su beatificación ha
sido el empresario leonés Pablo Díez, fundador de la fábrica de
cervezas Modelo junto a Félix Aramburuzabala, originario de Eskoriatza
09.10.13 - 00:00 -

Retrato de Isabel la Católica y María Asunción Aramburuzabala.
La productora Diagonal TV, enfrascada en la tercera
temporada de la serie sobre Isabel I de Castilla, ha tenido que buscar
exteriores fuera de Cataluña, después de que el Museo de Historia de
Barcelona vetara la grabación de un episodio en la plaza del Rey y en el
Palacio del Tinell. El Muhba alega motivos de «desencuentro entre la
esencia del rigor histórico del museo y la difusa línea entre la
realidad y ficción de la serie». En efecto, no es un documental sino una
ficción, pero las reservas ideológicas, como antes fueron las
religiosas, han vuelto a aflorar. Al hilo de la actualidad de este
personaje, algunos han vuelto a desempolvar la causa de canonización de
la reina, 'dormida' en el Vaticano. El peso de la financiación del
proceso ha recaído en Pablo Díez, un empresario leonés que fundó en
México la empresa Modelo –creadora de Coronita–, junto a un grupo de
empresarios, entre ellos Félix Aramburuzabala Lazcano-Iturburu, que dejó
su Eskoriatza natal para emigrar al país azteca.
La recreación televisiva sobre la vida de Isabel I ha
enganchado a los espectadores, de una manera desigual por comunidades.
El capítulo que cerró la primera temporada fue seguido por 4.651.000
personas, si bien el producto tuvo picos de hasta 5.047.000 espectadores
(26% de share). En la segunda temporada, el pasado 30 de septiembre, a
las 23.39 horas 3.972.000 personas estaban viendo la serie. La media
general es de 3.612.000 espectadores, lo que supone una cuota del 18,9%.
Considerada un símbolo de la unidad de España, en Cataluña, con la que
está cayendo, ese registro baja a la mitad (9,4%, con 290.000
espectadores). En el caso de Euskadi, son 144.000 las personas que lo
siguen, con una cuota del 16,1%. El porcentaje más alto la ostenta
Aragón con un 25,1%.
La causa de beatificación de Isabel I de Castilla, que
tiene acérrimos defensores y furibundos opositores, se inició en 1958 en
Valladolid, diócesis donde se produjo su fallecimiento. La puso en
marcha el obispo de entonces, José García Goldaraz, tras consulta previa
con el Vaticano y el nuncio. El prelado designó una comisión de tres
historiadores y especialistas en la época para iniciar una extensa
investigación. Las conclusiones llegaron en 1970 recogidas en 27
volúmenes, después de haberse consultado más de cien mil documentos. Dos
años después, se produce la apertura canónica del proceso y la reina es
declarada Sierva de Dios, pero la Congregación para la Causa de los
Santos lo deja enfriar durante 20 años. En 1991, Delicado Baeza,
arzobispo de Valladolid, pretende impulsar la causa. El cardenal Angel
Suquía Goicoechea, vasco de Zaldibia, solicita al Papa agilizar el
proceso. La Secretaria de Estado del Vaticano contesta que «las
circunstancias aconsejan profundizar algunos aspectos del problema,
tomando un tiempo conveniente de estudio y reflexión». Una forma muy
vaticana de decir que el proceso seguía congelado.
La nota de la Santa Sede no especificaba las
'circunstancias', como también ocurrió en 1997. Cuarenta años después,
la causa seguía frenada. En España, el Episcopado se encontraba dividido
sobre la santificación de una reina polémica, que arrastra una severa
leyenda negra –injusta para algunos–, y que había sido elegida como
estandarte del franquismo, lo que dañó aún más su imagen. Pero mas allá
de las controversias políticas, había dos cuestiones que se levantaban
como un muro en la causa de beatificación: la expulsión de los judíos y
la implantación de la Inquisición. Pese a que los historiadores invocan
que hay que juzgar a la reina Isabel con los valores de otro tiempo
–incluso el investigador Benzion Netanyahu, padre del primer ministro de
Israel, ha apoyado esta posición–, no pocos teólogos consideran que
perjudicaría a una Iglesia que tiende puentes a las otras religiones.
Lustiger y Etchegaray, en contra
Ese es el argumento que siempre ha exhibido el cardenal
Jean-Marie Lustiger, incansable opositor a la beatificación. El
arzobispo de París había nacido en el seno de una familia polaca judía.
Su madre fue deportada durante la ocupación nazi y murió en el campo de
concentración de Auschwitz. Luego vivió con una familia cristiana y se
convirtió al catolicismo. Lustiguer era muy amigo de Juan Pablo II, gran
promotor de santos, y su influencia fue decisiva para bloquear la
beatificación. En enero de 1991, la Conferencia Episcopal Francesa envió
una carta a la Congregación para la Causa de los Santos en la que
consideraba perjudicial la beatificación para el diálogo judeo-católico.
El cardenal Roger Etchegaray, de la localidad vascofrancesa de
Espelette, también se opuso a la canonización.
El Episcopado español, sin embargo, decidió impulsarla en
2001 de cara a la celebración del V Centenario de la muerte de la reina.
El cardenal Rouco, con el apoyo de dos tercios de los obispos, pidió a
Juan Pablo II que se prosiguiera con la causa. En 2002, con motivo del
cumpleaños del Papa, Rouco le regaló un ejemplar editado para la ocasión
del facsímil del Testamento y Codicilio de la reina. El entonces
prefecto del 'ministerio' encargado del asunto, el cardenal Jose
Saraiva, dijo a una comisión vallisoletana que la causa de la reina «non
é fermata, cammina». El arzobispado de Valladolid entregó ejemplares de
ese testamento a todos los embajadores de Iberoamérica en Madrid para
lograr la complicidad de la diplomacia. En sendas visitas al Vaticano,
Aznar regaló a Juan Pablo II una biografía de la reina, y Rajoy entregó a
Benedicto XVI un catálogo de la exposición sobre la misma. Pero la
Santa Sede seguía prudente.
Sostener en el tiempo todo este proceso no ha resultado
gratis. La mayor aportación para financiarlo ha procedido de Pablo Díez,
un empresario de León que emigró a México en 1905. Huérfano de madre a
los tres años, había ingresado en los dominicos. Y aunque no llegó a
tomar los hábitos, le quedó un gran poso cristiano. En la capital azteca
formó parte del grupo que fundó la Cervecería Modelo, hoy un gran grupo
industrial con marcas muy conocidas como Coronita. Díez se puso al
frente de la empresa al morir Braulio Iriarte Goyeneche, un baztanés del
equipo fundador, al que ayudaron sus sobrinos José Larregui y Agustín
Jauregui. Parte de la fortuna que amasó apagando la sed de unos Estados
Unidos que salían de la Ley Seca, Díez la empleó en causas sociales,
como sanatorios y residencias de ancianos, al igual que para construir
seminarios y santuarios. En México y en España. Una de las causas que
abrazó con más cariño fue la de conseguir la beatificación de Isabel la
Católica.
La dinastía de los Aramburuzabala
Uno de los hombres de confianza de 'don Pablo', fue Félix
Aramburuzabala Lazcano-Iturburu, que dejó su localidad natal de
Eskoriatza para emigrar a México al mismo tiempo que el mecenas leonés.
En la década de 1930, el guipuzcoano entró a formar parte del consejo de
administración de la empresa Modelo, de la que fue vicepresidente. En
1971, al morir Pablo Díez, Aramburuzabala fue uno de los herederos del
negocio, que trasmitió a su hijo Pablo en 1972. Pablo Aramburuzabala y
su hija Maria Asunción siguieron vinculados a la principal compañía
cervecera mexicana.
María Asunción Aramburuzabala Larregui figura como
consejera propietaria según la nota hecha pública por la empresa tras la
última reunión de su consejo de administración, en agosto pasado.
Mariasun, como se la conoce en su entorno más cercano, es una de las
mujeres más influyentes en el país y tiene un gran carácter y coraje,
como lo demostró a la muerte de su padre, en 1995, cuando varios grupos
intentaron tomar el control de la firma cervecera. Divorciada en dos
ocasiones, su último marido fue Tony Garza, exembajador de EE UU en
México, vinculado al expresidente George W. Bush. Según el informe
'Forbes', es una de las mujeres más ricas de México. Hace cuatro años se
le calculaba un patrimonio de 1.850 millones de dólares. Los
Aramburuzabala también desarrollaron actividades altruistas, sobre todo,
la madre, Lucrecia Larregui, de Elizondo.
A la muerte de Pablo Díez fue su sobrino político, Antonino
Fernández –también emigrado de León–, quien retomó el mecenazgo del
proceso para canonizar a la reina Isabel. Casado con Cinia González
Díez, pronto ganó la confianza de 'don Pablo'. En 1971 ya era presidente
del consejo de administración y director general del Grupo Modelo.
Desde 2005 es presidente honorario vitalicio. También él ha desarrollado
una gran labor filantrópica, pero, sobre todo, cogió el testigo que le
pasó su tío para seguir alimentado el presupuesto de la causa para
llevar a los altares a Isabel de Castilla. Su hijo Carlos ha continuado
su camino. Casado con Lucrecia Aramburuzabala –hermana de Mariasun–
también figura en el consejo de administración del grupo cervecero.
Tanto Pablo Díez como Antonino Fernández cuentan con el
reconocimiento de la Orden de Isabel la Católica, creada por Fernando
VII en 1815 –y confirmada con una bula por Pío VII un año después– para
«premiar la lealtad acrisolada a España y los méritos de ciudadanos
españoles y extranjeros en bien de la nación y muy especialmente en
aquellos servicios excepcionales prestados en favor de los territorios
americanos y ultramarinos», según el último reglamento de 1998 con Abel
Matutes en Asuntos Exteriores. Personalidades del Vaticano también la
han recibido –aunque con el grado de encomienda–, como el portavoz del
Papa, Federico Lombardi, el director de L'Osservatore Romano, Giovanni
María Vian, y el organizador de los viajes papales, Alberto Gasbarri. La
Orden de Isabel la Católica fue la única de las condecoraciones del
Estado que no se suprimió en julio de 1931, con un Gobierno republicano.
Y eso que entonces llevaba el título de Real.
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