Mucha ciencia devuelve a Dios
Resumen de la conferencia ‘Grandeza y límites de la
Física moderna’
Fernando Sols, Catedrático de Física de la Materia
Condensada de la Universidad Complutense.
Pronunciada en las Jornadas Ciencia, fe y la búsqueda de
la verdad, Primera sesión (‘Materia y
Cosmos’), 20-VI-2013, en el CEU de Madrid.
Publicado en Alfa y
Omega, nº 838 (20-VI-2013), p. 30.
«El panorama de conocimiento que nos presenta la ciencia
moderna es tan sobrecogedor que cabe afirmar, en contra del
difundido estereotipo, que un científico tiene más
razones para creer en Dios que alguien sin formación
científica». El autor de este artículo es
catedrático de Física de la Materia Condensada, en la
Universidad Complutense de Madrid, y hoy participa, con una
ponencia sobre Grandeza y límites de la Física
Moderna, en las Jornadas Ciencia, fe y la búsqueda de
la verdad, de la Universidad CEU San Pablo
La ciencia y la fe no solo son compatibles sino que se refuerzan
mutuamente. Históricamente, el concepto cristiano de un Dios
respetuoso con la razón ha favorecido la búsqueda de
orden en la naturaleza. Dentro de una cosmovisión que
distingue entre creación y Creador, el universo goza de una
autonomía propia y por lo tanto hay que observarlo para
llegar a conocer sus leyes. Por otro lado, como decía Louis
Pasteur, padre de la medicina moderna, «un poco de ciencia
aleja de Dios, pero mucha ciencia devuelve a Él». En
efecto, el panorama de conocimiento que nos presenta la ciencia
moderna, y en particular la física, es tan sobrecogedor que
cabe afirmar, en contra del difundido estereotipo, que un
científico tiene más razones para creer en Dios que
alguien sin formación científica. El físico
austríaco Anton Zeilinger, líder mundial en
comunicación cuántica, afirmaba recientemente:
«Algunas de las cosas que descubrimos en la ciencia son tan
impresionantes que he elegido creer».
Es asombrosa la elegancia matemática de las ecuaciones
que describen las tres fuerzas (gravitatoria, electrodébil y
nuclear fuerte) que operan en la materia conocida. Sigue vivo el
sueño de unificarlas en una sola fuerza y de llegar a
comprender la materia y la energía oscuras. Es asombrosa la
física cuántica, que a escala microscópica
garantiza la estabilidad de la materia y en particular la solidez
del enlace químico, mientras que a escala
macroscópica presenta una dosis de indeterminismo compatible
con una libertad humana real. Son asombrosas unas leyes
físicas que permiten la aparición de un universo
portentoso que puede albergar, en un delicado rincón, una
materia biológica suficientemente compleja como para dar
soporte a esa mente humana que a su vez es capaz de descubrir,
crear y amar.
Con toda su grandeza, el conocimiento científico tiene
sus limitaciones. En primer lugar, existen los límites
provisionales, aquellos que son constantemente desplazados por la
investigación científica. Hay también unos
límites más fundamentales —que podríamos
llamar externos— que hacen referencia a conceptos que quedan
fuera del alcance del método científico. Estos
conceptos describen realidades espirituales como Dios, el alma, el
bien o la belleza.
Finalmente, existen unos límites menos conocidos
—que podríamos llamar internos— que
señalan realidades que, perteneciendo al dominio de la
ciencia, no son alcanzables por ella. Dos ejemplos destacados son
la indeterminación cuántica y la incompletitud
matemática. La combinación del principio de
incertidumbre de Heisenberg y la teoría del caos nos permite
afirmar que la información precisa sobre el futuro no existe
porque no tiene soporte físico posible; el futuro
está indeterminado. Por otro lado, el matemático
austríaco Kurt Gödel demostró que, en un sistema
lógico suficientemente complejo como para incluir la
aritmética, hay teoremas que, siendo ciertos, nunca
podrán ser demostrados. Una consecuencia es la existencia de
problemas indecidibles. Por ejemplo, Gregory Chaitin ha demostrado
que no existe un algoritmo que pueda determinar en general el
carácter aleatorio de un proceso. Si entendemos que azar y
finalidad son conceptos opuestos, se concluye entonces que el
debate sobre presencia o ausencia de finalidad en la naturaleza
queda fuera del método científico y solo puede ser
abordado desde la razón filosófica.
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