PELIGRO: Nueva Era, Gnósticos y esotéricos

Libro: Jan Van Helsing - Las Sociedades Secretas y su poder en el Siglo XX

Autores: Osho, Pablo Coelho

Documental: Peter Joseph - Zeitgeist

viernes, 13 de diciembre de 2013

Mitos de la modernidad: el voto como deber cívico (Parte 3 de 3)


Toda la vida me han dicho que el voto es una obligación ciudadana a la que no puedo faltar. Profesores, familiares, todos. Es un derecho que ha costado mucho obtener, me dicen, y requiere solemne cumplimiento. Esta actitud viene inspirada por sentimientos muy nobles, como la responsabilidad cívica para con la Res publica, o argentinamente hablando no acabar hecho un anarca pasota. Hasta la Doctrina social de la Iglesia recomienda la participación de los católicos en la vida pública: "En efecto, todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que, según ellos, favorecen mayormente el bien común. (1)" Sin embargo, inspirado por esa misma nobleza de sentimientos, yo propongo una alternativa:

Votar abstención.

La abstención como elección política activa, positiva. Formar parte del porcentaje de abstención del censo electoral, cuanto más elevado mejor, puede ser motivo de orgullo. Aquellos que piensan que si no votas no estás siendo útil, que dicen que si no votas no tienes derecho a quejarte después, están muy equivocados. Cuantos más "votos de abstención" haya, más evidente será que eso de que las decisiones políticas son fruto de la voluntad general mayoritaria es una ficción, pues el poder político omnímodo ha sido elegido por tan sólo una parte de los votantes, y estos son a su vez tan sólo una parte de todo el censo electoral.


Digo que es una ficción, y doblemente tal, ya que no sólo es un porcentaje de un porcentaje (o sea, una minoría) el que constituye una mayoría, sino que lo hace votando a un partido político que habrá de tomar las decisiones (las cuales pueden ser radicalmente diferentes a las expectativas del votante). Una democracia que permitiera a sus ciudadanos votar directamente cada decisión (Suiza es el país que en la actualidad más se acerca a este, por otra parte cuestionable, ideal) eliminaría, al menos, esta segunda vertiente de falsedad en la legitimación por voluntad mayoritaria.

Así pues, aún si la abstención fuese nula, la voluntad de la mayoría nunca podrá efectivamente realizarse mientras esté prohibido el mandato imperativo (que sometería las votaciones de los parlamentarios a las instrucciones de sus electores), y mucho menos mientras subsistan las listas cerradas (que someten las votaciones de los parlamentarios a las instrucciones de su partido). Al establecerse las listas cerradas, la decisión política se traslada irremediablemente a las altas esferas (el debate del hemiciclo se convierte en teatral, pues el voto ya está debatido y decidido en las secretarías de los partidos). El elector, cuando vota a un partido, no tiene ni idea de qué potenciales decisiones futuras del partido está respaldando con su voto, y ni siquiera tiene la certeza de que éstas se ajustarán al tinte ideológico del partido, pues en las altas esferas los principios se comprometen por beneficios palpables (esto lo vemos cada día, viviendo como estamos en bajo un gobierno de mayoría no absoluta). Para su mayor confusión, hoy día parece que los partidos ni siquiera se molestan en diferenciarse ideológicamente. Todos hablan de "lo mejor" sin hacer, no ya promesas explícitas, sino al menos referencias concretas para saber de qué están hablando. Esto es algo evidente para el que vota, bien pocos hay que lo hacen con fe ciega y convicción. Casi todos votan por tener una elección delante, y puestos a poder hacer algo, eligen lo que creen menos malo. Y ahí, más que un servicio, están haciendo un daño. Les cuesta ver que conformarse con lo menos malo les priva de otra opción que, veladamente, se les ofrece con la abstención: frente la fuerza numérica inmediata del voto, se presenta la fuerza moral de la esperanza. Esperanza en que algún día ya no haya que elegir el mal menor, sino el mayor bien.


Además, ese voto al menos malo es perjudicial para el propio votante escéptico: se está haciendo cómplice de un proceso del que, por poco entusiasmo que tuviera en él al principio, formará parte y se verá obligado a defender para justificarse a sí mismo. Criticará abiertamente al partido contrario, cuando la crítica debería estar dirigida a todo el sistema. Se verá forzado a suavizar el reproche cuando se trate del partido al que votó, para no poner en tela de juicio frente a los demás el criterio que ejerció al votar. Así, el mejor intencionado de los votantes caerá preso en el partidismo. 

La abstención, así entendida, no es indiferencia hacia lo político, sino todo lo contrario. Supone cumplir el deber de participación pública que se perfila en la ya citada Nota de la Congregación por la Doctrina de la Fe, de una forma que no se puede conseguir votando a un partido. Frente a la paulatina complicidad partidista del votante poco convencido, la abstención ofrece liberación, pues al no conformarse con los partidos que se le presentan en bandeja, lejos de tener que callar sus reclamaciones, es libre de hacerlas aún si el gobierno no las satisface (pues no lo eligió), o si la oposición no las defiende (pues no la eligió). Como ya he dicho, la esperanza supera la utilidad inmediata. Pero, ¿es que ésta alguna vez existió?

En realidad, un voto o una abstención no cuenta prácticamente nada para la composición del parlamento, pero sí para el desarrollo de la persona. Ocupa su verdadera importancia como único acto "oficial" con el que la gente de a pie "ratifica" sus opiniones políticas, constituyendo una especie de bandera que, si quieren, ondearán frente a los demás, y que les servirá de referente para su actuación diaria. Pues es de esperar que el voto se haga en consecuencia con las opiniones de uno, pero es más frecuente que las opiniones de uno se vayan haciendo a consecuencia del voto. Éste es el poder esclavizante que se puede evitar mediante la abstención. Por supuesto, la abstención no es en todos los casos la única opción, pues puede haber alguna circunstancia extraordinaria (ordinariamente, es decir, como medio de representación, hemos visto repetidamente que es inadecuado) que requiera votar a un partido, como puede ser obtener un escaño como plataforma para hacerse oír, sin aspirar a tener suficiente poder como para entrar en el juego político (e.g. Vázquez de Mella).

No sé si la abstención es una decisión final que se justifica a sí misma, un acto moral autosuficiente. Pero sí sé que es un instrumento hacia el cambio, cuando se pone en evidencia que los engranajes electorales sobre los que se construye un sistema ya no son aceptados por la sociedad, por una mayoría que efectivamente está votando, no a un partido, sino la salida de un sistema. Esto es democracia de verdad.



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(1) Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, Congregación por la Doctrina de la Fe, el 24 de noviembre de 2002.


Primera parte continúa en:
http://apostoldelcastigo.blogspot.com.es/2013/12/mitos-de-la-modernidad-democracia-y.html


Segunda parte continúa en:
http://apostoldelcastigo.blogspot.com.es/2013/12/mitos-de-la-modernidad-democracia-y_13.html




Extraido de:
http://firmusetrusticus.blogspot.com.es/2010/08/mitos-de-la-modernidad-el-voto-como.html

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