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martes, 30 de septiembre de 2014

Monseñor Munilla - El descarte del aborto


miércoles, 16 de abril de 2014

El “descarte” del ABORTO




El “descarte” del aborto 
Obispo José Ignacio Munilla
San Sebastián, 5 de marzo de 2014
Miercoles de Ceniza
El término “descarte” ha sido incorporado recientemente al lenguaje coloquial de la Iglesia por nuestro querido Papa Francisco. Estamos ante uno de esos nuevos vocablos que pertenecen al llamado “diccionario bergogliano”. El hecho es que Francisco ha utilizado esta expresión en diversas alocuciones públicas, refiriéndose a diversos campos de la vida moral. 
En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, Francisco utiliza la palabra “descarte” para referirse a la economía excluyente, sobre la que afirma que “es una economía que mata”. Y se explaya aún más en su denuncia profética: “Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. 
Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo … Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»” (EG nº 53). 
Pero de la misma forma en que el Papa utiliza el término “descarte” refiriéndose a las injusticias derivadas de un capitalismo salvaje, que consagra el lucro como el valor supremo; vuelve a servirse del mismo término, cuando aborda el tema del aborto. Por ejemplo, en septiembre de 2013, en el contexto del Encuentro de la 
Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas, Francisco pedía a los ginecólogos y a los sanitarios combatir la cultura del “descarte” y defender la vida. 
Asimismo, en el discurso dirigido en enero de 2014 al Cuerpo Diplomático Internacional acreditado ante la Santa Sede, volvió a referirse al aborto como parte de la cultura del “descarte”, y expresó el horror que le suscita el mero hecho de pensar en los niños que, víctimas del aborto, no podrán ver nunca la luz. 
1.- ¿Qué nos dice el Papa Francisco sobre el aborto? 
El Papa Francisco ha tenido la intuición de abordar la dramática cuestión del aborto en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, dentro de un apartado que tiene como título “Cuidar la fragilidad”. En el desarrollo de dicho apartado, que está incluido dentro del capítulo cuarto en el que se trata la “Dimensión Social de la Evangelización”, Francisco nos invita a estar especialmente atentos a descubrir las nuevas formas de pobreza y fragilidad, en las que hemos de reconocer al Cristo sufriente. 
Ciertamente, es muy significativo que el Papa Francisco haya incluido el aborto en el listado de las ‘nuevas pobrezas’ a las que necesitamos hacer frente: los ‘sin techo’, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos que viven solos, los niños utilizados para la mendicidad, las mujeres maltratadas y discriminadas, etc. Llegados a este punto, dejémosle hablar al propio Papa Francisco: 
“Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que 
son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en 
orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie 
pueda impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. 
Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno. La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, «toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre»” (EG nº 213). 
“Precisamente porque es una cuestión que hace referencia a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o «modernizaciones». No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana. Pero también es verdad que hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?” (EG nº 214). 
2.- Mientras haya aborto no habrá paz 
No es una reflexión mía, sino de la Madre Teresa de Calcuta. Cuando en 1979 fue a recoger, en nombre de los más pobres de entre los pobres, el Premio Nobel de la Paz, pronunció, ante la sorpresa de los allí presentes, las siguientes palabras: “Estamos hablando de la paz… El mayor destructor de la paz hoy es el aborto, porque es una guerra directa, un asesinato directo por la madre misma....No estaríamos aquí si nuestros padres nos hubieran hecho eso a nosotros.(…) Muchas personas están muy, muy preocupadas por los niños en India, o en África, donde muchos mueren, tal vez de desnutrición, de hambre u otros motivos…, ¡pero millones están muriendo de forma deliberada por la voluntad de la madre! Y ese es el mayor destructor de la paz hoy. Porque si una madre puede matar a su propio hijo, ¿qué falta para que yo te mate a ti y tú me mates a mí? ¡No hay nada en el medio! (…) Hagamos que cada niño, nacido o no nacido, sea querido. (…) Nosotras estamos combatiendo el aborto con la adopción. Ya hemos salvado miles de vidas; y hemos mandado mensajes a todas las clínicas, a todos los hospitales, a todas las oficinas de la policía: por favor no destruyan al niño, dénnoslo a nosotras, que nos encargaremos de ellos y les conseguiremos un hogar”. 
El recordatorio de este fortísimo alegato de la Madre Teresa en nuestro contexto social vasco, alcanza una particular actualidad. No terminamos de darnos cuenta de que tanto la ‘cultura de la vida’, como la ‘cultura de la muerte’, conforman una conjunción armónica de sus valores internos, que exigen y reclaman coherencia. 
No puede tener coherencia moral plena la labor de los organismos públicos y privados que abogan por impulsar un proceso de paz en el País Vasco, si al mismo tiempo se muestran insensibles hacia los más frágiles de nuestra sociedad (entre ellos los niños concebidos y todavía no nacidos). ¿Qué autoridad moral podrían tener, por ejemplo, instituciones como la “Secretaría General para la Paz y la Convivencia”, el “Defensor del Pueblo”, las “Conferencias por la Paz”, etc.; si no tuviesen nada que decir en defensa del derecho a la vida de los más indefensos, en cuyas manos —por cierto— está el futuro de nuestro pueblo? ¿Se puede construir una convivencia pacífica dando la espalda a la muerte violenta de más de cuatro mil seres humanos al año —solo en Euskadi—, antes de su nacimiento? 
Soy consciente de que no pocos juzgarán como inaceptables mis palabras, por estimar que estoy confundiendo conceptos distintos. Supongo, obviamente, que también estimarían como inapropiadas aquellas palabras que la Madre Teresa de Calcuta pronunciaba en Oslo. ¿No estaba mezclando ella también ‘las churras con las merinas’? ¿Cómo se le ocurrió referirse al aborto cuando estaba siendo galardonada por su labor en favor de los más pobres? ¡Pues, precisamente, por eso! ¡Ese mismo es el motivo! 
En palabras de nuestro Papa Francisco, el problema está en la ‘cultura del descarte’, que afecta tanto a la explotación de los más pobres por parte de las multinacionales, como a las víctimas del aborto. Y mientras no tengamos la plena convicción de que en esta “baraja” no sobra ninguna “carta”, sino que es necesario integrar a todas y a todos; estaremos cimentando sobre arena. El bien común es para todos, o no es tal. Mientras excluyamos del bien común a los más débiles de nuestra sociedad, todos los planteamientos que podamos hacer sobre la paz, la convivencia, el diálogo y el bienestar, tendrán muy escasa consistencia, además de un alto riesgo de hipocresía. 
3.-Antídotos contra el “descarte”: ternura y esperanza 
La cultura del descarte no puede ser superada desde un puro voluntarismo....
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Texto extraido de: http://pildorasantimasoneria.blogspot.com.es/2014/04/el-descarte-del-aborto-el-grito.html

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