PELIGRO: Nueva Era, Gnósticos y esotéricos

Libro: Jan Van Helsing - Las Sociedades Secretas y su poder en el Siglo XX

Autores: Osho, Pablo Coelho

Documental: Peter Joseph - Zeitgeist

martes, 27 de agosto de 2013

Creacionismo contra Evolucionismo

¿Es el evolucionismo una teoría con base científica?

En este capítulo discutiremos una pregunta de importancia fundamen­tal, que actualmente ocupa un lugar preeminente en la disputa entre el Cris­tianismo y el ateísmo. El resultado de esta lucha tienen un significado deci­sivo, ya que determinará si el ateísmo va a extenderse aún más, y más rápi­damente, o si se le pueden quitar sus bases fundamentales.

Evolución
significa el desarrollo gradual en la naturaleza, desde formas primitivas hasta formas más elevadas. Las formas de vida que han dejado de existir, demuestran que las especies se pueden clasificar en grupos pareci­dos escalonados. No se puede refutar esta parte de la teoría evolucionista.

El evolucionismo afirma que este desarrollo tiene lugar sin intervención sobrenatural, simplemente a causa de fenómenos externos, puramente me­
cánicos, según las leyes de la naturaleza. Según esta teoría no se necesita de un creador. Los adeptos del evolucionismo son los evolucionistas.

Hablaremos ahora de los factores que causaron la evolución. Hay que
comprobar si la evolución ha sido posible por medio de fuerzas inmanentes en la materia, con la ayuda de la casualidad. Esta teoría, llamada teoría de la descendencia, afirma que el hombre desciende del animal. Según la visión cristiana, lo primario es el espíritu. Según el materialismo surgió de la naturaleza, con el tiempo. Como los evolucionistas no necesitan de un Dios creador, no se le menciona en la literatura de los representantes de esta teoría.

El evolucionismo predomina en la opinión pública. Se encuentra en los
libros de texto, y domina en las discusiones de los medios de comunicación.
La enseñanza es unilateral y muchos estudiantes ignoran el gran número de objeciones críticas. El evolucionismo es como ya dijimos una ideo­logía. W. H. Thorpe, el científico, aclara los motivos de los que abogan por esta teoría materialista-monista: «La gran mayoría de las personas que han perdido la fe o que nunca la tuvieron, creen todavía en la naturaleza, en especial los adeptos a las ciencias naturales».

El evolucionismo es incompatible con el dogma cristiano. Si se demos­
trara que esta teoría es generalmente insostenible, se derrumbaría la base del materialismo. Las discusiones van más allá de la importancia de una teoría científica. Hace tiempo que parecía que la lucha se decidiría en favor del materialismo. Apresuradamente se divulgó la teoría como un criterio comprobado entre el público en base a escritos científico-populares.
Mientras tanto ha comenzado inadvertidamente un cambio. Mu­chos científicos afamados reconocen que no hay otra disciplina científica con tal cantidad de contradicciones y afirmaciones sin comprobar como el evolucionismo.


En primer lugar resumimos brevemente las diferentes fases del evolucio­
nismo.

En el año 1809, Jean-Baptiste Lamarck (muerto en 1829) propone la hipótesis de que las condiciones en la tierra sufrían alteraciones en el correr de períodos muy largos y que tanto las plantas como los animales se vieron obligados a adaptarse a los cambios de su entorno. Este desarrollo se efec­tuaría paso a pasito. Las características adquiridas se transmitían por he­rencia, originándose nuevos tipos singulares. Más tarde esta tesis de La­marck fue desechada por falsa. Está comprobado que no hay transmisión hereditaria debida a las influencias del entorno. Además existen muchas clases de animales que habitan el mismo entorno, pero que han experimentado un desarrollo distinto. Otros animales, en cambio, siguen inalterados desde hace millones de años, a pesar de que su medio ambiente haya cambiado. En el año 1859, Charles Darwin publicó su ensayo El origen de las espe­cies exponiendo una teoría nueva. Él vio que la tesis de Lamarck era insos­tenible y escribió: «Que el Cielo me guarde de la tontería de Lamarck, se­gún la cual hay una tendencia hacia la adaptación debida a la fuerza ac­tuante de la voluntad de los animales». «Desde luego, sus conclusiones no se apartan mucho de las mías, aunque los medios que obran los cambios sean distintos.»

Según la teoría de Darwin, los cambios en el mundo animal y el origen de nuevas especies se debe a la selección natural, «la supervivencia del más apto». Los supervivientes a la selección se perfeccionan paso a paso. Pero debía existir una fuerza propulsora que ocasionaría estas modificaciones de la herencia. Darwin desconocía los genes, los portadores de los caracteres hereditarios y las modificaciones en el plasma por las mutaciones. Hasta este momento se atribuían las modificaciones en las especies a la interven­ción del Creador. También lo creía Darwin, como lo demostraremos. Los darwinistas ateístas posteriores no dejan lugar para, Dios en la teoría de Dar­win y atribuyen el desarrollo de las fuerzas materiales a la casualidad. Tanto la teoría de Lamarck como la de Darwin consideran que el cam­bio en las especies se efectuaría en pasos pequeñísimos durante millones de años. Pronto quedó demostrado que la teoría de Darwin no puede soste­nerse, por las más diversas razones. La selección puede conservar los mejo­res ejemplares de una especie, pero nunca producirá un tipo nuevo; carece de poder creador. La teoría tiene otros fallos. El principio de la selección condiciona el desarrollo del más apto, pero no da lugar a apariencias lujo­sas o formas hipertróficas en el mundo animal. Pero el lujo en el colorido de la fauna de la tierra y en los océanos es evidente y habla en contra de esta teoría. También se desarrollaron caracteres poco adecuados en el mun­do animal. Hay que considerar como inadecuados, tanto la cornamenta enor­me en el alce irlandés megaloceres, así como los colmillos vueltos hacia atrás de los mamuts de los períodos glaciales, que ya no eran armas sino una carga. Lo mismo se puede afirmar de los dientes del tigre de sable. Ni La­marck ni Darwin pueden explicar la inmensa variedad de organismos que han llegado a desarrollarse, a pesar de lo restringido de las condiciones de vida que encontraron. Según G. Heberer, por ejemplo, han llegado a existir en los períodos que van desde el mioceno al plioceno unos veinte millones de anchiterias (una clase de caballos). La objeción de más peso a la teoría de Darwin, es la falta de las formas intermedias, que debían existir en un desarrollo evolutivo lento. Darwin sabía de este hecho que restó credibili­dad a su teoría. Él esperaba que se encontrarían estos numerosos eslabones, sobre todo en lo que se refiere al hombre. La investigación intensa durante cien años nos ha proporcionado muchos hallazgos, pero un hecho es segu­ro: No existe el «missing link» (el eslabón perdido entre animal y hombre), como se lo imaginaron Darwin y sus contemporáneos, solamente existe una cierta cantidad de formas intermedias. Tampoco se encontró el «missing link» entre el pez y el saurio o entre el saurio y el pájaro. Es difícil comprender que la teoría de la evolución no ha visto disminuida su aceptación en base a todo este conjunto de contradicciones y fallos graves. Los libros de Darwin tuvieron una gran acogida. Seguramente se debe también a pun­tos de vista emocionales. La animadversión hacia las iglesias, que impidie­ron durante mucho tiempo el trabajo científico, se hacía notar, y se nota todavía hoy.

Según la teoría de la descendencia, el hombre habría evolucionado de
pre-formas animales. Según una teoría popular divulgada en Alemania por el catedrático Ernst Haeckel, el hombre desciende del mono. Haeckel escri­be en su principal obra «morfología general de los organismos» (1866): «Sin duda el hombre evolucionó a partir de los catarrinos (una clase de primates) del mundo antiguo y no se le puede separar de la orden de los primates», i Más tarde notó el parecido del embrión humano y el de los Gibbon. Así que postuló apresuradamente la descendencia del hombre del primate Gib­bon. «El hombre tuvo antepasados parecidos a los Gibbon.» Lo que Haec­kel divulgó entre millones de hombres como criterio científico, resultó ser falso. Hoy se lee en obras científicas: «Con relación a las cuatro grandes clases de primates Gibbon, Orangután, Gorila y Chimpancé, el Gibbon es el que menos parecido tiene al hombre en su grado de organización.

Hubo pocos intelectuales que no hubieran leído los libros de Haeckel. Cualquier bachiller los consideraba una revelación. La irreligiosidad se ex­tendió. Nadie sospecharía que más tarde se lograrían mejores conocimien­tos, que Du Bois-Reymond llegaría a decir cínicamente, que los árboles ge­nealógicos de Haeckel se parecen a héroes homéricos, igual de hipotéticos.
Los alumnos de Haeckel se apartaron de la teoría del Gibbon, declaran­do otras clases de antropoides como antepasados del hombre. Así, Brandes, que optó por el orangután, Keith por el gorila y A. H. Schulz por los pri­mates americanos. Weinert, finalmente, vio una conexión con el chimpan­cé. Otros, por ejemplo Franz, vieron el propliothecus fraasi como antepasa­do del hombre y afirmaron en contra de sus conocimientos que la descen­dencia del hombre desde el primate estaba demostrada. Más tarde Beurlen, un excelente experto, demostró en su obra La evolución de los organismos, que precisamente este linaje presentaba «muchos huecos». Cada cual pre­tendía demostrar la descendencia del hombre, del mono, aunque ninguna J de estas teorías pudieron ser probadas. Hoy se admite generalmente que  la descendencia del hombre de los primates es imposible.

En la obra de Gerhard Heberer, editada en 1965: La descendencia del hombre, Günther Bergner dice: «La hipótesis del gorila se contradice con los resultados de otros sistemas orgánicos, al igual como la hipótesis de Wei­nert del chimpancé, y se han de rechazar las dos». Heberer escribe en el año 1968 en la Frankfurter Allgemeine Zeitung del 25 del septiembre: Ha muerto el eslogan vulgar «el hombre desciende del mono». Entre el público en general, todavía persiste esta falsa creencia.

Ya en los años treinta de nuestro siglo, comenzó un cambio en los cono­cimientos científicos, pero algunos antropólogos, sobre todo Weinert, se afe­rraban a la teoría de la descendencia del hombre, del mono. Recibieron cualquier apoyo de representantes influyentes del III Reich. Incluso se ree­ditaron los ya caducos escritos de Haeckel. En los libros de texto se cita «como comprobada», la teoría de los tres eslabones (formas transitorias del antropoide, formas del neanderthal, formas del homo sapiens de la hu­manidad actual). En los años cincuenta, finalmente se desechó esta hipóte­sis, que nunca pudo ser probada.

Karl Weiss dice, acertadamente, que el poder del monismo no está en la profundidad de sus ideas, sino en lo emocional, en los afectos fácilmente convertibles en eslogans para la masa. Hay que preparar la disposición y esto siempre se ha logrado. Lo que se hizo en aquel tiempo no era ya inves­tigación científica sino ideología e idiotización del pueblo. La tendencia iba contra el Cristianismo. Durante el III Reich se favoreció especialmente el grupo de los ateístas alrededor de Gerhard Heberer (muerto en 1975), de Tubinga, que editó en 1943 su gran obra colectiva La evolución de los orga­nismos. Él mismo admite en su ensayo Homo, nuestra descendencia y nues­tro futuro (1968) que sigue un «método anti-metafísico» (pág. 112). El gru­po presenta una explicación «físico-química de la vida, o sea la palabra "Dios" no debe usarse en sus escritos. Según el materialismo monista se admiten solamente las fuerzas de la materia inanimada. Van Gehlen tuvo que decir a Heberer que había declarado como comprobada la descen­dencia de los antropoides que «esta forma no es comprobable». Heberer se vio obligado a formulaciones más prudentes. En el año 1951 escribe: «Se da el caso, que algunas ideas morfo-genéticas, que se expresan en la estruc­tura de nuestra visión clásica de la humanidad no han encontrado siempre el camino correcto. Él admite que el optimismo expresado durante las últi­mas cinco décadas debe atenuarse algo. En su libro Homo, nuestra descen­dencia y nuestro futuro editado en 1968, se ve obligado a admitir que la visión histórica de los primates hasta el homo sapiens «es en gran parte hipotética».

La investigación biológica comprobó que las modificaciones en los indi­viduos solamente se realizan por modificaciones de los genes. Estos hechos obligaron a los evolucionistas a reconsiderar sus explicaciones de las fuerzas evolutivas y el proceso de selección en la lucha por la supervivencia, así co­mo la adaptación al medio ambiente. El darwinismo había sido derrotado pero los darwinistas no se dieron por vencidos e intentaron salvar su monis­mo mediante el neo-darwinismo.

Ahora nos hemos de ocupar brevemente del gen. El gen es la unidad más pequeña de una célula, o sea el átomo biológico; el gen es el portador de las modificaciones hereditarias y contiene todas las informaciones nece­sarias. A veces se compara el gen a una ficha informática en la literatura científica. A la pregunta de dónde proceden todas estas «fichas» y quién suministra la información, la ciencia contesta: «Esta pregunta es idéntica a la pregunta del origen de la vida en la tierra. No se pueden dar informa­ciones exactas, solamente algunos intentos parciales, algunas hipótesis. Esto es la base del evolucionismo o del neo-darwinismo.
Raras veces se dan modificaciones en la información hereditaria acumu­lada por cambios químicos del ADN. Estas modificaciones del gen se deno­minan mutaciones. Una mutación tiene consecuencias negativas o positivas para el plan genético. Casi siempre son negativas. En la naturaleza se ven pocas mutaciones, pero pueden ser provocadas artificialmente por onda corta o por conductos químicos mutágenos. Ahora los evolucionistas enseñan que la evolución se realiza por mutaciones en pequeños pasos. Como ya dijeron Lamarck y Darwin, la evolución habría necesitado de centenares de millo­nes de años. Hay que tener en cuenta que las mutaciones espontáneas se producen muy raramente en la naturaleza y los experimentos demostraron que casi todas las mutaciones tienen efectos malignos, como malformacio­nes, etc. La mayor parte de los experimentos se han efectuado con la mosca Drosophila. Se han criado veinte millones sin que apareciera una clase nue­va. Las mutaciones casi siempre llevaron a pérdidas.
Se demuestra que mutaciones pequeñas interesan solamente caracteres secundarios dentro de una especie, pero no originan nunca formas interme­dias entre una clase y otra. Pero lo que interesa es el cambio de la estructu­ra y la evolución de nuevos tipos. No se puede poner en marcha la evolu­ción por pequeñas mutaciones.

Al mismo tiempo se lograron nuevos conocimientos por los resultados de la paleontología, que desacreditaron el evolucionismo. Desde tiempos de Lamarck, los evolucionistas sostienen que nuevas clases surgirían des­pués de muy largas épocas. Pero los investigadores pudieron demostrar sin lugar a dudas, que la aparición de nuevas clases de animales no se produjo paulatinamente a través de transiciones en las diferentes edades de la tierra, sino, todo lo contrario: nuevas clases aparecieron espontáneamente.

Algunos hechos para la ilustración. Overhage escribe: «Desconocemos el origen de los diferentes linajes de las muy variadas clases de invertebra­dos, porque todos aparecieron en sus formas altamente desarrolladas al mis­mo tiempo, lado a lado en los estratos fosilizados del cámbrico. No pueden derivar de formas anteriores, ya que el pre-cámbrico (más de 500 millones de años) no ofrece prácticamente fósiles. El tipo de los vertebrados aparece espontáneamente por primera vez en el silurio».

Karl Weiss informa: «En el ante-silurio aparecen los primeros vertebra­dos». Chamberlain dice al respecto: «La aparición de los peces es uno de los hechos más repentinos y drásticos de la historia de la tierra: surgen des­de un origen oculto en una gran gama. Ya desde el comienzo existe una gran cantidad de numerosos y muy diferentes tipos: tiburones, rayas, peces abismales, peces acorazados». «Las aves aparecen de repente en el jurásico. La primera ave archaeopteryx fue considerada a menudo como forma intermedia entre el reptil y el ave, pero se ha demostrado que era realmente un ave, con cuatro garras y un plumaje auténtico. Nadie nos puede explicar cómo se pueden formar plumas de ave a partir de las escamas del reptil. Los mamíferos aparecen espontáneamente, a principios del terciario con in­finitas órdenes, familias y clases. De formas intermedias no hay ningún in­dicio», dice Weiss. «Si seguimos con esta limpieza lógica, al final no queda­rá gran cosa del árbol genealógico construido por Darwin. El premio No­bel, Konrad Lorenz, acentúa especialmente en su ensayo La otra cara del espejo, que en cada fase evolutiva de la vida surge algo nuevo que no puede proceder de un eslabón inferior.

En el año 1967, la Sociedad Geológica de Londres y la Asociación Pa­leontológica de Inglaterra encargaron a ciento veinte científicos, con la ela­boración de un Informe de fósiles. Dicho informe de ochocientas páginas da un resumen de los hallazgos de fósiles de plantas y animales. Está subdividido en unos 2.500 grupos. Este informe confirma las indicaciones hechas años atrás por numerosos expertos, de la repentina aparición de nuevas es­pecies.»

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